Ing. Francis Cuevas
En la vida, establecemos objetivos, planes y viajes que valoramos, dándoles forma hasta que los alcanzamos. Mi plan incluía visitar el Pico Duarte, el punto más alto de las Antillas, situado a 3,101 metros sobre el nivel del mar, en el principal sistema montañoso de nuestro país, la cordillera central.
Cuando surgió la oportunidad en un viaje organizado con personas cercanas, incluidos padres con sus hijos, decidí emprender esta experiencia acompañado de mi hijo mayor, esto muy a pesar de los comentarios sobre su dificultad.
Tomamos la decisión y comenzamos a prepararnos para esta gran aventura llena de incertidumbres. Un grupo de más de 15 personas partió hacia el hermoso municipio de Jarabacoa, en particular a la comunidad llamada La Ciénega, donde se encuentra la Oficina Nacional de Parques del Ministerio de Medio Ambiente y donde se inicia el icónico recorrido hacia el Pico Duarte.
El recorrido previsto incluía varias etapas, desde La Ciénega hasta La Compartición, con distancias entre cada estación de 2.8 km hasta 4.0 km. A pesar de que parecía un camino fácil de seguir, nadie nos informó de las terribles experiencias que nos esperaban, experiencias que dejarían una marca indeleble en mi vida.
La caminata comenzó con entusiasmo, pero a medida que avanzamos, la montaña nos tomó por sorpresa. A pesar de que el primer tramo era relativamente sencillo, el cansancio, el jadeo y la falta de aire se hicieron evidentes.
Se presentaba como un reto ascender al Pico Duarte, desde Los Tablones hasta La Compartición, nos encontramos con pendientes suaves y terrenos difíciles. Al llegar al Cruce, donde se inicia la difícil elevación del “arrepentimiento” la dificultad fue cada vez aumentando. Al principio, la montaña tenía pendientes suaves, pero la presencia de piedras sueltas lo hacía cada vez más difícil.
Después de pasar horas subiendo, llegamos a Agüita Fría, donde nos cautivó el nacimiento del río Yaque del Sur. Sin embargo, la mala condición del camino y la falta de mantenimiento eran evidentes, afectando a los caminantes y a los animales.
Después de tomarnos un tiempo adecuado, bajamos por la montaña “La Vela” para llegar a La Compartición, donde pasaríamos la noche. El grupo tenía proyecciones de llegar a las estaciones de descanso y abastecimiento de aguas y por qué no, de realizar sus necesidades fisiológicas y es aquí donde comienza a tomar forma el título de esta narrativa. No obstante, al llegar, nos encontramos con circunstancias inaceptables. Las opciones de alojamiento incluían una casa común con capacidad para cuarenta a sesenta personas, sucia y polvorienta, o una casa de campaña en áreas de camping que ofrecían más privacidad.
La falta de instalaciones adecuadas tuvo un impacto significativo. No había agua en la estación de descanso para ducharse, con una temperatura que ya a las 9 o 10 de la noche, oscilaba entre los 6 a 8 grados celsius, debíamos bajar a un pequeño riachuelo que agonizaba por la falta de agua, y con un tubo de PVC incrustado como daga en su lecho, este lastimosamente nos ofrecía un chorrito de agua, para lavar nuestros dolores y penurias acumulados hasta el momento.
Inimaginable para mi resultó que para satisfacer una necesidad fisiológica o como decimos en buen dominicano, “darle al monte” o hacer “el dos”, era necesario trasladarse hacia lo más espeso del bosque, ya que las instalaciones sanitarias eran inexistentes, y si las habían (según comentarios de guías) se podían contratar personas que tenían ciertas exclusividades, que por un pago adicional, ofrecen facilidades sanitarias e incluso poder asearse con agua caliente, fue donde me cuestioné y pensé que era un absurdo tener que pagar si quería cagar decentemente.
Al adentrarme en el bosque, para liberar mi cuerpo de las toxinas acumuladas durante el día, vi como los senderos estaban llenos de servilletas, toallitas húmedas y papeles de periódicos, todos sucios de mierda, apesadumbrado, ya que iba a ser parte por necesidad de la contaminación al tener que depositar mis deshechos en plena tierra, pensé en la lluvia infiltrando las heces al subsuelo y asaltándome la duda si estarían contaminadas las aguas de los ríos previamente consumidas.
Al contar esta experiencia, lo hago para no quedarme de brazos cruzados, y sí levantar la voz ante las autoridades competentes, para que por el amor de Dios, por los clavos de Cristo!!! proporcionen a las instalaciones que han de visitar los caminantes, todas las funcionabilidades para poder utilizar de manera decente los sistemas sanitarios, habitacionales y área de preparación de alimentos, sin que sintamos vergüenza como dominicanos de aquel desorden, desorden que se traduce en una soberana falta de VOLUNTAD, del compromiso con lo bien hecho, de lo funcional, así como también darle el necesario mantenimiento a los caminos, haciéndoles la trayectoria a los visitantes más cómoda y segura y no olvidarnos de esos héroes, llamados Guarda Parques, que por una miseria de salario y nada de logística suministrada (uniformes, botas, raciones), hacen lo que pueden, aún ante el inminente colapso de todo lo que les rodea.
Como respuesta a esta sinrazón, propongo el nacimiento de un movimiento que se llamará “SALVEMOS AL PICO DUARTE”, donde convocaremos a toda la sociedad y sus más connotados hijos, para que las autoridades responsables asuman con todo rigor la preservación y cuidado de este patrimonio natural, que nuestro patricio no sienta vergüenza de que algo tan bochornoso lleve su nombre, hemos de luchar en todos los frentes y no descansar hasta que podamos volver a escribir sobre esta travesía y que podamos titularla: UN VIAJE DE MIEL AL PICO DUARTE.