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Publicado el septiembre 14, 2022 | 11:27 am

La cantante Amy Winehouse cumpliría 39 años este 14 de septiembre

Hoy cumpliría 39 años. Murió hace once, a la edad del club de los talentos atormentados, con sólo 27 y sólo cinco después de conocer la fama mundial por Back to Black, en 2006. Amy Winehouse estaba en su cama, rodeada de botellas vacías de vodka, cuando uno de sus guardaespaldas encontró su cuerpo sin vida en su casa de Camden, el 23 de julio de 2011.

Era el final de una larga espiral autodestructiva de la que había cantado en hits aclamados, como Rehab: la autopsia probó que tenía 0.416% de alcohol en sangre al momento de morir, más de cinco veces por encima del límite legal en Inglaterra. “Las consecuencias no intencionales de ingerir niveles potencialmente fatales la durmieron hasta lo irreversible”, arrojó la investigación. La última gran cantante de soul, jazz y rhythm & blues había muerto de un coma alcohólico.

Amy Jade Winehouse había nacido el 14 de septiembre de 1983 en Enfield, al norte de Londres. El padre, Mitchell Winehouse, era taxista y vidriero; la madre, Janis, farmaceútica. Su hermano, Alex, tenía cuatro años cuando ella llegó al mundo. “Yo era un chico ansioso –contaría a The Guardian luego de la muerte de la que para él seguía siendo su hermanita menor–, pero Amy no tenía límites”.

Según Alex Winehouse, buena parte de los problemas mentales que la llevaron a la muerte la acosaron desde mucho antes de grabar uno de los discos más vendidos de la historia y ganar cinco Grammys en 2008, el récord del momento de premios en una noche para una artista femenina. Sufría profundas depresiones y había desarrollado en la adolescencia un trastorno alimentario que la acosó por el resto de sus días.

En su entrevista con The Guardian, el hermano de la cantante recordó que, a los 17, Amy salía con un grupo de chicas donde “todas lo hacían. Comían a las apuradas y vomitaban. Eventualmente, las amigas dejaron de hacerlo, pero Amy no. Todos sabíamos, pero es casi imposible hacerle frente, especialmente si es un tema del que ni se habla. Y la bulimia es un asunto realmente oscuro, mucho más de lo que parece. Su trastorno era realmente grave. Y esto no es una revelación, es algo que cualquiera podía saber sólo mirándola. Hubiera muerto de cualquier manera, por el camino en el que iba, pero lo que la mató fue la bulimia. Y eso es terrible”.

Para él, de no haber tenido un trastorno de conducta alimentaria, Winehouse habría estado más fuerte física y emocionalmente, y tal vez el desenlace hubiera sido otro. Y aunque sea evidente, la forma en la que bebió en los días previos a su muerte, después de haber pasado los últimos meses esforzándose por estar limpia a fuerza de internaciones y pastillas, fue una especie de atracón. Su cuerpo enfermo, con enfisema (y todo el poder de una voz al que el 30% menos de capacidad pulmonar por fumar crack no parecía hacerle mella), altos niveles de potasio y glucosa en sangre, un combinación insoportable de depresión y ansiedad, y la mancha del alcoholismo crónico, no lo resistió.

En casa de los Winehouse siempre se escuchó jazz. Su abuela paterna, Cynthia, era cantante y había salido con el saxofonista Ronnie Scott. Muchos de sus tíos maternos tocaban en bandas. Y el padre, Mitch, que luego se convertiría en su manager, era fanático de Frank Sinatra y una especie de crooner amateur, que cantaba en algunos bares y fiestas familiares. Amy creció adorando a los girl groups de los sesenta y copiando el look de las Ronettes con su maquillaje de Cleopatra y el pelo batido. Tanto que la propia Ronnie Spector dijo alguna vez al ver una foto de Winehouse: “No la conocía, nunca nos presentaron, pero cuando la vi sin anteojos, ¡pensé que era yo!”.

El editor de la Rolling Stone que la puso por primera vez en una tapa, dijo sobre su estilo: “Igual que su mejor música toma algo de cada ritmo, ella logró mezclar a Bettie Page con Brigitte Bardot y un toque de Ronnie Spector, por eso era distinta a todas”. Pero pese a su vestuario tan personal como inolvidable –que combinaba con el trash natural de sus tatuajes de pin-ups, sus minis de jean y sus remeras cortadas–, solía rankear entre las mujeres peor vestidas de cada premio. No parecía importarle o, en todo caso, estaba más allá de eso. Resultó claro un minuto después de su muerte que a la fashion police se le había escapado uno de los últimos íconos de moda de nuestro tiempo.

No había cumplido diez años cuando su abuela Cynthia insistió para que la inscribieran en una escuela de artes en donde aprendió tap y técnicas vocales. En esos años formó su primera banda Sweet ‘n’ Sour (Dulce y Ácida), un nombre sin eufemismos para un grupo de chicas que ni siquiera habían entrado en la adolescencia. Ya entonces le robaba la guitarra a su hermano para practicar, hasta los 14, cuando consiguió una propia. Ya entonces era imparable, tal vez con esa urgencia de lo que se intuye breve.

A los 16 dejó el colegio y entró a trabajar en la sección Espectáculos de una señal de entretenimientos. El resto del tiempo lo dedicaba a cantar con la banda Bolsha. Tenía 17 cuando fue seleccionada para la National Jazz Orchestra de Inglaterra. Fue el músico Tyler James, uno de sus amigos más cercanos– el que le mandó su demo a la discográfica con la que él tenía contrato. Winehouse firmó con el creador de American Idol, Simon Fuller, en 2002 y por £250 semanales como parte de futuras ganancias. Mientras grababa y se preparaba, el productor la mantuvo como un secreto de la industria, aunque ella siguió cantando standards de jazz en su amado Cobden Club.

Darcus Beese, que iba a ser su representante en Island Records escuchó uno de sus temas casi de casualidad mientras le mostraban un compilado de los Lewinson Brothers, en donde Amy hacía voces. Enseguida quiso saber quién era, pero el manager le dijo que no estaba autorizado a decirle. Las acciones de Winehouse subieron: Beese investigó durante meses para dar con la cantante misteriosa. Para cuando la encontró, ella ya había firmado y grabado varias canciones con EMI y había forjado una relación colaborativa con Salaam Remi.

Pasó entonces algo inusual para una artista que todavía no había debutado: Virgin se sumó a la lista de interesados, y cuatro discográficas se disputaron el talento genuino y atípico de esa chica que rompía con la abulia prefabricada de la música surgida en los realities.

Frank, su álbum debut, salió a la venta el 20 de octubre de 2003, apenas un mes después de que Amy cumpliera 20 años. Era el inicio de una de las carreras más cortas y fructíferas de la música del último milenio. Era un disco producido por Remi en donde la mayor parte de las canciones tenían influencias jazzeras y, salvo por dos covers, todos los temas estaban coescritos por Winehouse. La crítica lo recibió con halagos y la voz de la artista fue comparada con la de una de sus máximas ídolas, Sarah Vaughan. En cuanto los premios y nominaciones comenzaron a sucederse, el corte difusión Stronger than me llegó a los primeros puestos de las carteleras británicas.

Según narra su padre en la biografía Amy, my daughter (2012), después del éxito de Frank, Amy se decidió a tomar las riendas de su carrera. Contrató a la banda de la cantante neoyorquina Sharon Jones para que la acompañara en el estudio y en las giras. El padre cuenta que ponía los demos de los primeros temas del disco en su taxi para chequear las reacciones de los pasajeros, algo que en 2006 se volvió una prueba a escala más masiva cuando You Know I’m No Good y Rehab comenzaron a sonar en la radio neoyorquina del músico y productor Mark Ronson.