Rodrigo Gómez tiene 25 años y una gran responsabilidad: rellenar los tanques que carga para que su padre, Víctor, no se quede sin oxígeno y su salud no se deteriore. El hombre, de 60 años, enfermó hace una semana de COVID-19 y desde los primeros días su saturación cayó a menos de 70. Con menos de 90 es necesaria atención médica, así que necesita urgentemente oxígeno suplementario.
“Más de la mitad del día la dedico a buscar oxígeno. Se termina un tanque y ya tengo que estar rellenando el otro”, dice el joven. Nos encontramos en el exterior de la sede de la empresa Infra en la colonia Escandón, en Ciudad de México. Gómez es uno de los últimos de una larga fila que se alarga por dos cuadras. Por delante, cerca de un centenar de personas, todos cargados con tanques de oxígeno para recargar. Tras una semana de experiencia, calcula que tendrá que esperar dos horas hasta que logre rellenar los tanques.
Las filas para conseguir oxígeno se han convertido en uno de los símbolos del colapso sanitario en México, especialmente en la capital. Al inicio de la pandemia, la gente aguardando para recibir un plato de comida mostró la precariedad en la que quedaron atrapados miles de mexicanos. Ahora lo que buscan no es alimento, sino oxígeno para sus familiares enfermos de coronavirus.
El gobierno de Andrés Manuel López Obrador reconoce oficialmente casi dos millones de contagios y cerca de 160.000 muertos, lo que le convierte en el tercer país del mundo en mayor número de víctimas, solo superado por Estados Unidos y Brasil. El propio presidente está aislado, después de contraer también la enfermedad.
En realidad, la cifra es mucho mayor. Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), entre enero y agosto murieron 108.000 personas, lo que supone un 45% más de lo que las autoridades reconocían en ese momento. Este informe reveló que el 58% de las víctimas falleció en su casa.
En la Ciudad de México, los hospitales están casi colapsados, con una ocupación del 88%. Y eso a pesar de que hay miles de personas que evitan a toda costa pisar un centro médico y se aferran al tratamiento en su domicilio.
El objetivo del gobierno de López Obrador siempre fue que no hubiese imágenes de caos hospitalario como las que sacudieron Guayaquil, en Ecuador, en abril de 2020. Lo que las cifras oficiales muestran es que el colapso no llegó a los centros médicos porque estaba ocurriendo en las viviendas de miles de mexicanos, fuera de los focos mediáticos. El incremento de demanda de oxígeno tras las fiestas navideñas hizo aflorar el fenómeno: miles de mexicanos temen acudir al hospital y optan por tratarse con médicos privados.
“No hemos querido ir al hospital. Se contagió también mi hermano y mi madre y los atendimos con una doctora particular que les trató muy bien”, explica Gómez. Él es el único de sus familiares que no se ha contagiado y confía en las medidas de seguridad (distancia, cubrebocas) para esquivar al virus. Reconoce que la última semana ha sido crítica. Sobre todo, cuando se agotaron los tanques de oxígeno y la saturación de su padre seguía bajando.
“Los tanques se gastan en cinco horas. Cuando acaba uno hay que buscar otro. Nosotros tenemos tres y me turno con mi hermano”, dice.
La escasez de oxígeno ha provocado que afloren los negocios oscuros. Muchos han visto en el caos una oportunidad para hacer ganancia. Hay intermediarios que dispararon los costos de los tanques y se multiplicaron las estafas: empresas fantasmas que ofrecen servicios inexistentes y que desaparecen después de cobrar un adelanto de personas desesperadas por salvar la vida a sus familiares.
El incremento de los precios lo explica Elvira Fuentes, que carga un gran tanque para surtir de oxígeno a su hermano y su sobrina. “Este nos lo dieron por 17.000 pesos [unos 835 dólares]”, explica. Según la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco), el precio máximo que se encuentra en los comercios es de 10.000 pesos [491 dólares]. Pero en muchos establecimientos se agotaron los tanques y los concentradores.
La lógica de mercado aplicada a la salud opera de forma cruel: unos disponen de un bien escaso y otros tienen la urgencia de que su familiar no se quede sin oxígeno. Así que terminan pagando lo que sea.
La especulación y el incremento de la demanda son las causas de estas filas del oxígeno, según el doctor Malaquías López, profesor de Salud Pública en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). “Es imprescindible que el gobierno intervenga”, asegura.
El ejecutivo de la Ciudad de México, dirigido por Claudia Sheinbaum, ha puesto a disposición varios puntos para rellenar el oxígeno de forma gratuita y una campaña en la que pide que se devuelvan los tanques que no están en uso. Por el momento no ha conseguido evitar que las largas filas se repitan en el exterior de cualquier establecimiento en el que se reparte oxígeno.
Desde el inicio de la pandemia quedó en evidencia que está extendida la desconfianza hacia los servicios médicos. Se propagó la idea de que “quien va al hospital, no regresa vivo”. Esa es la convicción de Fuentes, que explica que su madre, Rita, murió en octubre en un hospital de la capital. Por eso no confía.
“No hay hospitales, no hay doctores, no hay medicamentos, nada más uno va a morir”, afirma.
Articulo por Alberto Pradilla / RT